Miró de nuevo el despertador, los números rojos del reloj chocaron en sus ojos. Eran las 4 a.m. y no podía dormir. No hacía más que revolverse entre las sábanas de un lado, de otro… y nada. Lo único que sentía era el vacío que ella había dejado en la cama. Había pasado un año de aquel terrible accidente en el que perdió la vida. Cada vez que lo recordaba sentía como puñaladas se iban clavando en todo su cuerpo hasta que rompía a llorar pensando en ella. Así se pasaban los días. 365 días con ese vacío al lado, con esa tristeza y esa soledad que intentaba superar cada día, pero no lo conseguía. Estaba cansado, cansado de no poder levantar cabeza, de que el mundo estuviera siempre preguntándole “ey, ¿qué tal?” por eso aquella noche pensó en acabar con toda esa miserable vida de una vez por todas. No quería preocupar más a su familia, a sus amigos, a su gente… quería estar con ella y sabía que eso no iba a poder ser. Se levantó de la cama y se vistió rápidamente. Bajó a la calle y comenzó a caminar sin rumbo. Recorrió todas y cada una de las calles por las que paseó de la mano con ella, las plazas, los bancos…hasta que llegó al lugar en el que prometieron que iban a estar el uno al lado del otro para siempre. Observó hacia los lados. No había casi gente, sólo unos cuantos borrachos que iban con la fiesta a otro lado. Miró hacia abajo. Apenas había agua, el río estaba bastante más seco que en años atrás. Murmuró algo imperceptible. Apoyó una mano, luego otra. Una pierna, la otra. Ahí estaba, subido encima del puente en el que tantas confesiones se habían hecho mutuamente. Sin vacilar comenzó a inclinarse lentamente sintiendo el viento en su cara, pero de repente una mano agarró fuertemente su tobillo diciendo “¡No!”. Era una chica y estaba llorando. Ambos se abrazaron y siguieron al unísono con sus sollozos. Se miraron. La mirada de los dos transmitía lo mismo. Tristeza, ansiedad, soledad… Ella había ido a ese lugar a lo mismo que él. Los dos querían acabar con sus vidas, querían huir de esta realidad que no podían cambiar de ninguna manera. Pero hay veces que la vida hace “click” y ese es justo el momento…