Aparecieron las dos llorando por la puerta. Sus llantos rompieron el silencio guardián de la casa. Se quedaron hablando hasta el amanecer de una y de otra, de esto y de aquello, de todo y de nada. No era alguien conocido para ella, ni con la confianza suficiente para hablar de ciertas cosas. Pero hubo un vínculo especial y conectaron en la conversación, en los sentimientos por los que estaban pasando, en lo que pasaron, en lo que les hicieron pasar… Decidieron escuchar algo de música en lugar de tomar la última y acabar ahogándose en sus lágrimas eternas. Se quedaron dormidas y ambas se hicieron ver que de nada servía mirar atrás, ni convertirse en alguien que no eran, sólo ellas. Al despertar, un abrazo y una frase le sacaron una de esas sonrisas, perdidas hacía tiempo: “Ser feliz no significa que todo sea perfecto, sólo que has decidido ver más allá de las imperfecciones.”
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