Estaba sentado en el césped, con el sol tras la espalda. Al frente, la estampa de una fuente con miles de turistas haciendo fotos. Ahí estaba, intentando encontrar una respuesta a todo aquello que tenía en la cabeza. Sentía que en lugar de neuronas, tenía el cerebro plagado de signos de interrogación. “¿Por qué?” pensó, “¡Mierda! Otra pregunta”. Miles de pensamientos inherentes a todo lo que en el mundo pasaba. Miles de por qués se le venían encima. Eran demasiados y no podía con todos. Querían ser respondidos a la vez y ninguno podía esperar. Se le nubló la vista entre tanta pregunta e intentó hacerlas desaparecer, los qués, los por qués, los cuándos… pero no se marchaban. Al fin supo que no podía contestarlos todos a la vez. Cada pregunta tendría su propio momento y lugar y a la vez surgirían otras nuevas que podrían ser respondidas, o no. Pero era muy impaciente y no podía esperar, así que se levantó en busca de respuestas a esos interrogantes tan molestos…
3 comentarios:
Nos hacemos todos tantas preguntas que luego no se responden.....o nos resultan difíciles de entender....
Si es que la vida en sí es un graaaaan interrogante...
¿Contestar todas las preguntas a la vez?
Si fuéramos capaces , al menos, de contestar algunas a lo largo de la vida, ...
Y, hablando de preguntas , ahí va una (y acerté lo de la Ciudad del Viento)
¿Tenemos un conocido en común?
¿Se llama J..... R.....?
?????????
Panta
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